La mañana era sofocante y callada, no había brisa, y el silencio era incógnito porque los pájaros no cantaban al ritmo del día. En la espera del tren en el andén me he topado con una peculiar dama que a duras penas tenía un golpe de la vida encima, por tal motivo se encontraba deprimida.
Se sentó al lado de un minúsculo joven sin compromiso alguno; él en sus manos llevaba el Memorándum de Dios. En ese instante de ver a la chica hecha trizas, se lo dio a leer, con el fin de hacerle feliz lo que le restaba del día.
Fue un momento tan peculiar que jugaron a conocerse, saliendo de la realidad que los hacia huir. Entre miradas y sobre saltos degustaron por atraparse el uno al otro. Compartiendo miradas, gestos, risas e incluso obstáculos de la vida. Con astucias en busca de un mejor estar, al ritmo del palpitar de miradas por habernos encontrado nos hemos presentando con cierta condición, con un mutuo acuerdo:
Donde sería la primera, de tantos días por compartir, de ver muchos soles por pasar, y junto a ti el mirar del firmamento junto a la luna y sus luceros al alzar. Reflejando un sentimiento incondicional.
Y por última vez, nuestras almas se verían en este preciso instante, dejando todo en el olvido, todo en lo premeditado de la vida; dejándonos un poco de si, y llevándose un poco de nosotros.
-Me llamo Iabichella, ¿y mi estimado? -Sánchez.
Desde ese entonces la vida los destino a conocerse más, aunque los caminos se tergiversen. Fue un momento persuasivo y de declive al transcurso del tiempo, en ese fragmento, crecería una humilde y hermosa amistad. Porque no solo habían compartido risas y afecto, habían compartido una vida, un fragmento de tiempo que en sus planes no se encontraba.
Esta es la historia que refleja hechos de vidas con el fin de encontrarse. Una historia de tiempos inmemorables, de hechos que trascienden en la existencia. Les hablo de Trinidad y Tobago, unidas al nacer, separadas en las vías del tren.
Esta historia paso hace algún tiempo, y está escrita por un tercero, del cual no se tiene identidad alguna.
Crédito de la imagen: Théo Gosselin
Se sentó al lado de un minúsculo joven sin compromiso alguno; él en sus manos llevaba el Memorándum de Dios. En ese instante de ver a la chica hecha trizas, se lo dio a leer, con el fin de hacerle feliz lo que le restaba del día.
Fue un momento tan peculiar que jugaron a conocerse, saliendo de la realidad que los hacia huir. Entre miradas y sobre saltos degustaron por atraparse el uno al otro. Compartiendo miradas, gestos, risas e incluso obstáculos de la vida. Con astucias en busca de un mejor estar, al ritmo del palpitar de miradas por habernos encontrado nos hemos presentando con cierta condición, con un mutuo acuerdo:
Donde sería la primera, de tantos días por compartir, de ver muchos soles por pasar, y junto a ti el mirar del firmamento junto a la luna y sus luceros al alzar. Reflejando un sentimiento incondicional.
Y por última vez, nuestras almas se verían en este preciso instante, dejando todo en el olvido, todo en lo premeditado de la vida; dejándonos un poco de si, y llevándose un poco de nosotros.
-Me llamo Iabichella, ¿y mi estimado? -Sánchez.
Desde ese entonces la vida los destino a conocerse más, aunque los caminos se tergiversen. Fue un momento persuasivo y de declive al transcurso del tiempo, en ese fragmento, crecería una humilde y hermosa amistad. Porque no solo habían compartido risas y afecto, habían compartido una vida, un fragmento de tiempo que en sus planes no se encontraba.
Esta es la historia que refleja hechos de vidas con el fin de encontrarse. Una historia de tiempos inmemorables, de hechos que trascienden en la existencia. Les hablo de Trinidad y Tobago, unidas al nacer, separadas en las vías del tren.
Esta historia paso hace algún tiempo, y está escrita por un tercero, del cual no se tiene identidad alguna.
Crédito de la imagen: Théo Gosselin
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